Habitualmente entendemos que “rendirnos” es una actitud de sumisión y sometimiento. Por ello, muchas veces sentimos un gran rechazo hacia la “rendición”, porque interpretamos que ese acto nos deja en desventaja, en una actitud de inferioridad. Para evitar sentirnos de esta manera, solemos entrar en una lucha, bien interior, bien contra el mundo, con la única finalidad de no rendirnos, de “ganar la partida”. Esta actitud provoca un gran sufrimiento, ya que para mantenerla debemos estar constantemente a la defensiva, lo que produce mucho cansancio.

El proceso de la rendición no es un acto de debilidad, sino una muestra de madurez emocional y comprensión profunda. La rendición auténtica implica la aceptación de lo que no podemos cambiar, y la disposición a soltar lo que nos mantiene estancados.

El significado profundo de la rendición

La palabra “rendirse”, también tiene otro significado, uno más alentador, que conlleva una disminución del sufrimiento. Rendirse es la capacidad de entregarse, de admitir algo evidente. Significa aceptar este momento tal y como es, vivir en el presente entregándonos a él. Generalmente, para llegar al punto de aceptar esto, los seres humanos, hemos tenido que sufrir mucho y nos rendimos cuando nos damos cuenta de que ya es suficiente, de que no queremos sufrir más y somos capaces comprender que todo el sufrimiento es auto-creado.

La paradoja del sufrimiento

Lo generamos mediante la resistencia a aceptar que las cosas son como son, lo creamos cuando interpretamos las cosas a nuestra manera y no nos permitimos ver lo que realmente está sucediendo. Gran parte de nuestro sufrimiento proviene de los pensamientos, de la forma en la que interpretamos las cosas y no tanto de la situación en sí misma. Así que cuando hemos tenido suficiente sufrimiento en nuestra vida, somos capaces de decir “ya no necesito más este sufrimiento”.

La rendición en las relaciones personales es un claro ejemplo de cómo podemos aplicar este principio. A menudo, nos aferramos a relaciones que ya no funcionan, generando sufrimiento por no aceptar su final. La rendición en este contexto significa aceptar el final de la relación y abrirse a nuevas posibilidades de crecimiento personal y emocional.

No podemos obviar que el sufrimiento es un gran maestro ya que nos ayuda a interiorizar y profundizar en nosotros/as mismos/as. “El sufrimiento es un motor que nos impulsa a mirar hacia adentro”. Generalmente, cuando hemos tocado fondo entendemos que “hay otra forma de vivir sin tanto sufrimiento” empezamos a ver la vida de otra manera, “nos rendimos frente a la vida, en vez de luchar contra ella”. En este momento estamos preparados/as para sanar.

El acto de rendición nos enseña a abrazar la incertidumbre y a reconocer que no siempre tenemos el control sobre los acontecimientos externos. Aprender a rendirse es un paso crucial hacia el equilibrio emocional y la paz interior.

Todo esto, de alguna forma, es una paradoja, ya que parece que necesitamos sentir el sufrimiento para darnos cuenta de que no necesitamos sufrir más. Paradógicamente, cuando aceptamos que las cosas son como son, que yo soy como soy y que la otra persona es como es, entonces estamos preparados para comenzar el cambio.

La rendición nos libera de la carga de tratar de cambiar lo inmutable y nos permite enfocar nuestra energía en lo que sí podemos influir y mejorar.

Cuando dejamos de crearnos sufrimiento a nosotros/as mismos/as, también dejamos de hacerlo con “los y las demás”. Ambas cosas van unidas ya que nos comportamos con el mundo de la misma manera en que lo hacemos con nosotros/as. Este entendimiento abre una nueva forma de relacionarnos, una donde la aceptación y la comprensión mutua se convierten en el núcleo de nuestras interacciones.

La aceptación no significa resignación, sino un entendimiento profundo de la naturaleza de la vida y nuestras experiencias. A través de la aceptación, nos abrimos a nuevas posibilidades y perspectivas, encontrando paz y serenidad incluso en medio de las circunstancias más desafiantes.

La aceptación es una poderosa herramienta de transformación personal. Nos permite abrazar la vida tal y como es, con todas sus imperfecciones y bellezas. A medida que cultivamos una actitud de aceptación, encontramos un camino hacia una vida más auténtica y plena.

Relaciones estancadas en la inercia

En la vida, a menudo nos encontramos en relaciones que han perdido su esencia, pero nos aferramos a ellas por comodidad o miedo al cambio. Esta resistencia a aceptar la realidad y a rendirnos ante lo inevitable nos conduce a un ciclo de sufrimiento. Las relaciones que se mantienen sólo por inercia o comodidad suelen estar desprovistas de crecimiento y autenticidad.

El miedo a la soledad o al cambio nos mantiene atrapados en dinámicas que ya no nos aportan. Negamos los signos evidentes de que la relación ha terminado, incapaces de soltar y avanzar. es esencial reconocer cuando una relación ha cumplido su propósito en nuestra vida y aprender a dejarla ir.

La madurez emocional implica reconocer y aceptar que todas las relaciones no están destinadas a durar para siempre. A veces, la mayor muestra de amor y respeto hacia nosotros mismos y hacia la otra persona es liberar la relación, permitiendo que ambos encuentren caminos más alineados con sus necesidades actuales y futuras.

El proceso de soltar puede ser doloroso, pero también es liberador. Nos abre a nuevas oportunidades y experiencias, permitiéndonos crecer y aprender de nuestras experiencias pasadas. Aceptar el final de una relación no es un fracaso, sino un paso valiente hacia un mayor conocimiento de uno mismo y una vida más auténtica

«Si eres lo suficientemente valiente para dejar atrás todo lo cómodo y familiar que puede ser cualquier cosa…si realmente deseas ver todo lo que te pasa en ese viaje como una llave…si estás preparado para afrontar y perdonar algunas verdades complejas sobre ti mismo, entonces la verdad no se te ocultará» (sacado de la película «comer, rezar, amar»)

Un abrazo!

Raquel