A lo largo de nuestra vida hemos ido recibiendo mucha información, alguna de manera directa y otra de forma indirecta que va formando, muchas veces sin darnos cuenta, nuestra manera de pensar y clasificar el mundo. Al vivir en sociedad, nuestros padres, maestros, la sociedad… nos van educando y conduciendo para que seamos y nos comportemos de una determinada manera, algo que va ocurriendo poco a poco y de forma natural. Todo esto junto a nuestra propia predisposición, va estableciendo la forma en la que pensamos y sentimos en relación a todo. Nos hacemos una idea de lo que está bien y de lo que está mal y desde ahí empezamos a formarnos juicios sobre las cosas y las personas. Con todas estas influencias y con nuestra predisposición, se va estableciendo nuestra manera de ver el mundo.
Cada persona, en función de donde ha nacido, de la información que ha recibido y de las experiencias que ha vivido, va a establecer lo que es correcto y lo que no. Y cada uno de nosotros considera que esa es la manera adecuada de ver el mundo y de vivir. Lo que ocurre es que no todos hemos recibido la misma información y por lo tanto lo que para uno es correcto para otro no lo es. Desde ahí, las personas construimos una máscara artificial con la que solemos identificarnos y por eso pensamos “yo soy así” sin darnos cuenta de que esa no es nuestra verdadera esencia sino lo que otros han construido sobre nosotros. Es decir, se ha formado lo que solemos llamar “el ego” o “el yo”.
Cuando las personas nos relacionamos mediante nuestros egos es bastante complicado que podamos vivir tranquilos y en colaboración con los demás, ya que el ego es individual y cuando conviven unas personas con otras, es muy habitual que se presente el enfrentamiento, las diferencias de opiniones, el deseo de imponerse sobre el otro y, en muchas ocasiones, hasta la violencia. En estos casos se suele producir “una lucha de egos”, en la que estamos más pendientes de tener razón que de relacionarnos, escuchar y aprender. Si sentimos que nuestro ego es amenazado, debido a que nos hemos identificado con él, nos sentimos atacados y por lo tanto nos defendemos. Pero no nos damos cuenta de que realmente nosotros no somos nuestro ego, éste sólo es una máscara que hemos construido para vivir en la sociedad.
Cuando tomamos conciencia de que no somos nuestro ego podemos empezar a mirar para dentro para ver quienes somos realmente y no quienes nos han dicho que somos o quienes hemos aprendido a ser. De esta manera podemos ir encontrando nuestra propia esencia, tomando conciencia de nuestro propio ser. En ese momento es cuando realmente descubrimos quienes somos y no lo que construyeron de nosotros. A esto es a lo que habitualmente llamamos un proceso de crecimiento personal.
¿Te atreves a buscar quien eres realmente y a ir abandonando poco a poco la máscara que has ido formando a lo largo de tu vida?