Como muchos/as de ustedes habrán experimentado alguna vez, la anticipación de una reunión familiar importante puede generar una mezcla de emociones y expectativas, entre ellas la frustración. Estos eventos, que ocurren en todas las culturas y épocas, suelen venir cargados de la esperanza de reencuentros alegres, recuerdos compartidos y la celebración de la unidad. Sin embargo, no es raro que estas reuniones no cumplan siempre con las altas expectativas que ponemos en ellas, llevando a veces a momentos de desilusión o malentendidos entre seres queridos.

El desafío de equilibrar las expectativas con la realidad se convierte en un tema centrar en estas situaciones. Antes de la reunión, podemos imaginar escenarios idílicos donde todos se llevan maravillosamente bien y viejas rencillas se disuelven mágicamente. Pero la realidad, a menudo, presenta un cuadro más complejo, con personalidades diversas y, a veces, choques emocionales inesperados. Estas discrepancias entre lo esperado y lo real puede ser una fuente significativa de frustración.

Esta frustración puede intensificarse especialmente cuando las diferencias familiares, largamente ignoradas o suprimidas, emergen a la superficie. Quiero aprovechar esta situación tan común para hablar de las expectativas que nos generamos frente a  experiencias significativas, de lo que podemos sentir cuando esperamos que suceda algo y no nos planteamos otras opciones, de cómo muchas veces se nos olvida que no todo depende de nosotros/as, de cómo nos afectan los hechos inesperados en nuestra vida y cómo podemos llegar a ser duros con otras personas cuando no responden como nosotros/as esperamos y queremos.

Manejando la frustración en las relaciones familiares y sociales

Cuando los encuentros no se corresponden con los que nosotros/as esperamos, parece que ya nada sirve, que las mismas personas que nos han hecho vibrar y sentirnos felices en situaciones anteriores, ahora no merecen tener nuestro respeto y, para muchas personas, sólo vale el «apaleamiento». En tales situaciones, es fundamental recordar la importancia de la empatía y la comprensión. Aunque es natural sentir decepción, mantener una perspectiva equilibrada ayuda a navegar estas aguas emocionales con mayor facilidad.

Reflexionar sobre nuestras propias reacciones y emociones puede proporcionar valiosas lecciones de vida. En la vida, cuando tenemos altas expectativas sobre algo y no se cumplen, aparece la frustración y ésta nos genera dolor. Es aquí donde la autorreflexión y el autoconocimiento se vuelven cruciales. Al comprender nuestras reacciones y manejar nuestras emociones, podemos aprender a ajustar nuestras expectativas y encontrar paz en la aceptación.

Cuando no sabemos manejar dicha frustración y tenemos miedo a sentir nuestro dolor, solemos utilizar una serie de autojustificaciones, todas encaminadas a bloquear el dolor. Esta evitación puede llevar a culpar a otros y a crear un ambiente tenso e incómodo. Alguna de éstas consisten en echar la culpa fuera: “el culpable de mi dolor es el primo que no se comportó como era de espera” “la nueva pareja de un familiar que no conoce las costumbres familiares”…, para, de esta manera, no asumir las consecuencias de la pérdida de mi propia expectativa.

Aprender a manejar estas situaciones con gracia y madurez es un reto, pero también una oportunidad para crecer. Vivimos en la sociedad del bienestar y como tal, nos han vendido la idea de que el dolor no cabe en ella; si sentimos dolor pensamos que algo malo nos sucede, por lo que tratamos de quitarlo de nuestra vista a toda costa, olvidándonos de que el dolor forma parte de la vida, que es un indicativo de que algo nos está ocurriendo y que es necesario aprender a manejarnos con él. “Nos han preparado para el éxito, pero no para la frustración”

La comprensión y la aceptación se convierten en herramientas poderosa en estas circunstancias. Por otro lado, existe la tendencia a identificarnos con lo que consideramos como “bueno” y rechazar lo que consideramos como “malo”, de esta manera, creamos la fantasía de que si en esta vida “somos buenos” tendrán que pasarnos “cosas buenas” y cuando no es así, nos enfadamos con la situación que tenemos delante; “La mejor manera para no sentir dolor es enfadándote”.

Al final, aprender a aceptar y manejar la frustración puede llevar a una vida más plena y satisfactoria. Para poder sobrellevar esto de la mejor manera posible, es necesario que nos demos cuenta de que el mundo no gira en torno a lo que nosotros deseamos y que en muchas ocasiones no conseguiremos lo que queremos y eso no tiene por qué significar que no lo intentemos. Siempre podemos hacer todo lo que esté de nuestra mano. Esto incluye trabajar en nuestras reacciones emocionales y cómo estas afectan a nuestras relaciones y bienestar.

La frustración, correctamente manejada, puede ser un trampolín hacia un mayor entendimiento y compasión, tanto hacia uno mismo como hacia los demás. Esto no le quita valor a las personas que han puesto toda su energía y motivación en hacerlo lo mejor posible.

Para finalizar, quiero compartir contigo la siguiente cita:

Dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,

Valor, para cambiar las que sí puedo y,

Sabiduría para reconocer la diferencia

 

Un abrazo!

Raquel