Hoy en día, nuestra sociedad es cada vez más individualista, cada uno está centrado en sus necesidades, en que lo quieran, en que le den, (y para esto utilizamos muchas estrategias). Cuando esto no es así, nos enfadamos, nos deprimimos y le echamos la culpa a los demás…y de esa manera, estamos cada uno “mirándonos el ombligo”. Este enfoque individualista a menudo obstaculiza la empatía y conexión que son fundamentales en nuestras relaciones con los demás.

Estamos tan centrados en todo eso, que nos olvidamos de que alrededor de nosotros hay otras personas, que con bastante probabilidad están haciendo lo mismo, entonces vemos lo que ellos hacen, porque sentimos que no nos atienden, sin darnos cuenta de que nosotros estamos haciendo lo mismo, nos cuesta mucho tener en cuenta al otro, porque tampoco nos estamos teniendo en cuenta a nosotros/as. Es esencial fomentar la empatía y conexión para superar esta barrera impuesta

Desarrollando empatía y conexión en la sociedad

En el momento en el que levantamos la vista, y vemos «al otro», se suele producir una gran frustración ya que empezamos a ver que cada uno está mirando para sí (a veces sin ni siquiera verse), como decía Ana en alguna sesión, “estaba tan pendiente de la pelusa que tenía en el ombligo que ni siquiera veía mi ombligo”. Esta falta de empatía y conexión nos lleva a una sociedad donde el sentimiento de soledad cada vez es mayor

Por este motivo, hoy en día nos estamos convirtiendo en una sociedad en donde el sentimiento de soledad cada vez es mayor, con unos índices de depresión realmente alarmante y unos niveles de consumo de ansiolíticos desorbitantes y yo me pregunto: «¿hasta dónde vamos a llegar?», «¿Qué es lo que tiene que ocurrir para que empecemos a darnos cuenta de que no estamos solos/as, de que en esta vida, cada uno/a está llevando su propia “guerra” y que si levantamos la mirada, podemos hacer esto más llevadero?». Una mayor empatía y conexión podrían ser la clave para mejorar esta situación.

Nadie puede vivir, ni solucionar, la “guerra” del otro, pero si nos apoyamos y nos escuchamos con un poco de empatía y conexión, quizás nos resultaría más sencillo o, como mínimo, más llevadero nuestro camino por esta vida, y además, podríamos aprender y apoyarnos en otra persona.

En el post “yo y mi soledad; si somos dos ya no estoy solo”, te hablé de la primera parte, empezar a quererte, para poder ser tu mejor amigo/a, tu mejor pareja y tu mejor trabajo (en el caso de Ana, fue cuando empezó a darse cuenta de que ella no se estaba teniendo en cuenta y, por lo tanto, el otro tampoco iba a hacerlo, empezó a mirar hacia adentro y a ver sus motivaciones y dificultades).

A pesar de que este paso es importantísimo en la construcción de la empatía y conexión, quiero comentarte que ahí no se acaba el camino (aunque lógicamente cada uno llega hasta donde quiere o hasta donde puede), después de eso hay más, hay mucho más, el camino continúa.

En la medida en que podemos “lidiar” con nuestras emociones, ver nuestras limitaciones y nuestras cosas maravillosas, también podremos comprender las emociones, las limitaciones y las cosas maravillosas del otro, para que, de esa manera, podamos compartir de una forma mucho más sana, no para hacernos cargo del otro, sí para acompañarnos.

Si no lo hacemos primero con nosotros/as, los motivos por los que cuidaremos del otro serán porque “así lo aprendí”, “me lo dijeron”, “porque es lo que debo hacer” “porque tengo miedo”, etc. o como una estrategia para que después me den a mí, pero no será porque realmente desee hacerlo (en el caso de Ana, ella, de entrada, aparentemente cuidaba del otro, lo ponía en primer lugar, pero ese “cuidar” era una «trampa» ya que de alguna manera ella esperaba que él la atendiera y se hiciera cargo de sus propias carencias)

Por ese motivo, cuando nos sentimos bien con nosotros/as mismos/as, podemos darnos cuenta de que más allá de nosotros/as hay toda una vida, con muchas experiencias de las que aprender. En ese momento, nos resulta mucho más fácil dar amor, atender a otra persona, cuidar del otro/a, simplemente por el placer y el beneficio de dar, sin manipulaciones, sin la intensión directa u oculta de que el otro deba devolvernos el favor, simplemente comenzamos a dar por el simple placer de dar, aprendiendo que dar es uno de los grandes placeres de la vida.

Cuando empezamos a dar por este motivo, podemos ver «al otro» tal cual es, (con sus cosas preciosas y también con sus limitaciones) y no como nosotros queremos que sea. Empezamos a aceptar «al otro», sin idealizarlo, sin verlo como nuestro salvador, vemos a la persona y no a la fantasía que nos imaginamos en nuestra cabeza. Empezamos a ver que en este mundo no estamos solos y que «llevarte bien contigo no significa ignorar al otro, de la misma manera en que no tienes que ignorarte a ti por querer agradar al otro», no significa ponerte a ti siempre en primer lugar, ni tampoco poner al otro siempre en primer lugar.

Significa “estar contigo estando con el otro”, mirar al otro y ser capaz de ver qué necesita realmente (y no lo que tú crees que es mejor para él). Así podremos acompañarnos para crecer juntos, para ser cada vez mejores personas y más felices. En definitiva, podemos caminar sobre nuestros propios pies acompañados por otras personas que también caminen sobre sus propios pies.

Quiero terminar este post diciéndote: “Todo es posible con pasión, paciencia y persistencia”.