El otro día, en sesión, una persona expresó: “Primero estoy yo y después estás tú, para que después estés tú y luego yo y de esta manera, ni tú ni yo, al tiempo que tú y yo, es decir, nosotros”. Este enfoque ilustra un balance esencial para lograr relaciones equilibradas, respetando tanto la individualidad como la conexión en pareja. Me gustaría aprovechar este caso para contarte cómo llegar al encuentro con el otro en el contexto de las relaciones equilibradas. Llamaré a esta persona Ana (nombre ficticio), quien me ha autorizado a hablar de su caso, guardando su confidencialidad.

Ana llega a terapia con una queja: “no entiendo a los hombres”, queja que, por cierto, es bastante habitual cuando no existen relaciones equilibradas. Cuando empezamos a indagar en su historia con los hombres, empieza a darse cuenta de que cuando está en una relación de pareja se anula totalmente para satisfacer las necesidades de él, anteponiéndolo frente a cualquier cosa, «él se convierte en el centro de su vida», por lo que se olvida de sus necesidades, se pone en un segundo plano. Siempre está disponible para él.

Este patrón, aunque común, puede ser un obstáculo significativo para desarrollar relaciones equilibradas, donde ambas partes deben ser vistas y valoradas.

Construyendo relaciones equilibradas

Cuando seguimos indagando un poco más, empieza a descubrir que esto lo hace porque tiene un miedo muy profundo al abandono unido a la fantasía de que si siempre está disponible para él, él la querrá y por lo tanto no la abandonará. Este miedo al abandono a menudo lleva a las personas a perderse en sus relaciones, olvidando la importancia de mantener su identidad para establecer relaciones equilibradas.

Esto, al principio, parece que es bastante atractivo para los hombres con los que ella se ha relacionado, pero llega un momento en el que ella se siente totalmente desatendida y no tenida en cuenta, en palabras de ella: “ellos siempre van a su rollo y les da igual lo que a mí me pase”.

En este punto, se da cuenta de que realmente ellos no le dan la importancia que ella necesita porque ella misma se ha “fusionado” y ha «desaparecido», un aprendizaje crucial en el camino hacia las relaciones equilibradas

En este punto crítico, Ana empieza a reconocer cómo su deseo de evitar el abandono la ha llevado a relaciones desequilibradas, donde sus necesidades y deseos quedan sin ser atendidos.

En un momento de la terapia comenta: “si yo desaparezco para satisfacerlo a él, es imposible que él me vea, porque me convierto en lo que creo que él quiere, pero dejo de ser yo”. Cuando van pasando los meses, lógicamente, ella empieza a frustrarse y a enfadarse mucho, demandando mucha atención, lo que suele provocar en ellos un agobio y ganas de salir corriendo.

Esta dinámica es un ejemplo clásico de cómo la falta de equilibrio y autoafirmación puede conducir a conflictos y frustraciones en las relaciones.

Llega un momento en el que empezamos a trabajar con sus necesidades y le pregunto: Ana, ¿tú qué necesitas de una relación?, ante esta pregunta se quedó totalmente perpleja, jamás se había parado a planteárselo, después de un largo silencio contesta: “que me quieran”.

Reconocer y verbalizar sus necesidades representa un paso crucial hacia el desarrollo de las relaciones equilibradas, donde las necesidades de ambos socios se satisfacen mutuamente.

A partir de ahí, empezamos a analizar qué significa para ella que alguien la quiera, y empieza una búsqueda de necesidades. Empieza a mirar hacia adentro y a ver que, en su vida, pocas veces se ha sentido importante, no expresa lo que quiere, siempre está de acuerdo con el otro, etc..

Pasado un tiempo, Ana descubre lo que no quiere. Un punto bastante importante, porque cuando descubre que es lo que no quiere, ya tiene un punto de partida. En ese momento, Ana empieza a autoafirmarse y a expresar lo que no quiere, con bastante dificultad en un primer momento, y de una manera más fluida poco a poco. Aprende a decir que NO.

En esa etapa está un tiempo, etapa en la que se está autoafirmando. Y entonces, empieza a encontrarse con conflictos con las personas de su entorno, ya que éstas no entienden por qué, de repente, Ana empiece a negarse a hacer determinadas cosas que antes sí hacía. En un primer momento se asusta mucho, aparece el miedo a la soledad y se intensifica el miedo al abandono.

A medida que se va autoafirmando, ese miedo empieza a disminuir. En ese momento ya no le cuesta decir que no. Entonces, empezamos a trabajar con lo que sí quiere. De nuevo pasa por una etapa de confusión, ya que ha averiguado lo que no quiere, pero aún no sabe lo que quiere. Cuando lo descubre, empieza a buscar aquello que quiere y a rechazar aquello que no quiere. Empieza a respetarse.

Durante todo este tiempo Ana estuvo centrada en ella misma, cosa bastante importante ya que era algo que no había hecho antes. Después de un tiempo, y de haber afrontado situaciones complicadas para ella, empieza a descubrir que todo esto ha sido necesario pero que le falta algo, ya que se siente bastante sola.

A partir de ahí y después de haber conectado con distintas emociones: rabia, tristeza, sensación de abandono… pasa por otra época en la que está muy enfadada con ella por haber permitido todo esto, y poco a poco, va apareciendo el perdón hacia ella misma. A día de hoy sigue tratando de perdonarse algunas cosas.

Al haber tenido un espacio para ver de frente todas sus emociones, aprendiendo a expresarlas y a canalizarlas, empieza a darse cuenta de que tiene que empezar a salir de ella, pero sin abandonarse, sin dejarse en un segundo plano. En este momento encuentra una pareja. Aparece el miedo a que le vuelva a pasar lo mismo, a repetir sus patrones de comportamiento.

Al principio está bastante atenta para no perder su equilibrio, por lo que se mantiene un poco a la defensiva y en la retaguarda. Pero poco a poco, se va soltando y se va entregando a la relación. Esta vez de una manera más nutritiva para ella. Ya no hace todo lo que él quiere y además propone alternativas, expresa sus necesidades y ahora se siente tenida en cuenta, al mismo tiempo que es capaz de ver las necesidades de él.

Con este mensaje tan esperanzador, quiero comentarte que, a lo largo de la vida, muchas de nuestras necesidades no han sido satisfechas, todas las personas hemos tenido carencias, cada una las suyas. Detrás de eso suelen haber muchas emociones, a veces retenidas, otras maximizadas, otras desviadas… cada persona ha tenido que encontrar una “estrategia” para “colocar en algún lado” esas emociones. Si nadie nos enseñó a manejarlas, difícilmente pudimos aprender a hacerlo.

Y, como hasta ahora la educación emocional ha brillado por su ausencia, es bastante habitual encontrarnos con personas enfadadas con el mundo, con mucha desconfianza, con baja tolerancia a la frustración, con ansiedad, depresión, baja autoestima… en definitiva, con un pobre manejo de sus emociones. Lógicamente, esto produce inseguridad, baja autoestima…

Por supuesto que no somos culpables de esas carencias, ni de lo que nos ocurrió cuando éramos unos/as niños/as. A pesar de ello, llega un momento en la vida en la que tenemos que “tomar las riendas” y aprender todo aquello que no aprendimos en “su momento”, dándonos a nosotros/as mismos/as lo que otras personas (habitualmente nuestros progenitores) no nos dieron, aprendiendo a querernos, a perdonarnos y a perdonar a esas personas, comprendiendo que en la vida hay momentos agradables y momentos duros, que las personas no somos perfectas y que todos tenemos limitaciones y cometemos errores. “Lo hacemos lo mejor que sabemos”.

Cuando hemos aprendido a mirarnos y, empezamos a sentir cierta paz, sin ni siquiera pensarlo, empezamos a levantar la mirada, a mirar más allá de nosotros lo que nos permite tener relaciones equilibradas. “Estamos llenos por dentro, por lo que empieza a surgir la necesidad de darle al mundo lo que tenemos”. Esto me recuerda a una frase de Antonio Porchia “Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto”.

Dicho de otra manera, en el proceso evolutivo primero necesitamos que alguien nos quiera, que nos cuide, que nos mime, que nos atienda… porque así es como aprendemos a querernos, a cuidarnos, a mimarnos, a atendernos… y una vez ha ocurrido esto, estamos preparados para salir al mundo y compartir con otras personas todo aquello que hemos aprendido y entonces, podremos cuidar, mimar, atender y mantener relaciones equilibradas.

Esto que te he contado sobre Ana, es bastante habitual, tanto en hombres como en mujeres, cada persona lo hace de una manera diferente. Al final, lo que todos queremos es querer y que nos quieran y tener relaciones equilibradas.

Continuará…

Un abrazo!

Raquel