Me levanto por la mañana y me empieza a picar la pierna, no sé por qué, pero pica y pica, y yo, me rasco y me rasco. Desesperada por el picor, empiezo a mirarme con detenimiento, nada a la vista, hasta que me doy cuenta de que tengo una picadura, me pongo crema para aliviar el picor un poco, y durante un rato me alivia. En un primer momento pensé… me habrá picado un bichillo.

Sigo haciendo mis cosas y “a otra cosa mariposa”. Al día siguiente, me levanto, y el picor ya empieza a ser más fuerte. Sabía perfectamente que entre más me rascara más me iba a picar, pero lo que sentía era tan fuerte que no podía parar de rascarme.

Este molesto picor, aunque simple en apariencia, se convierte en una oportunidad para el autoconocimiento. A través de este picor, comienzo a entender mejor las reacciones de mi cuerpo y la importancia de prestar atención a las señales que me envía. Esta experiencia, aunque pequeña, es una ventana hacia el autoconocimiento, recordándome que cada sensación y reacción tiene un significado más profundo.

El proceso de autoconocimiento a través de la metáfora de la picadura

Sumergida en medio de mis picores, pienso… «esto parece una picada de pulga» y directamente me viene mi gata a la cabeza. Me dispongo a observarla para encontrar la “dichosa” pulga. La miro y remiro, y por allí no aparece animalito alguno.

Este proceso de buscar y no encontrar refleja cómo, en el viaje hacia el autoconocimiento y en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas, a menudo miramos en los lugares equivocados. Buscamos respuestas externas cuando, en realidad, la solución puede estar en un enfoque más introspectivo. Del mismo modo que buscamos la fuente del problema en el lugar más obvio, pero a menudo lo encontramos en un área que habíamos pasado por alto.

Al mismo tiempo, en este proceso de búsqueda y observación detallada, me doy cuenta de que el autoconocimiento no es sólo una práctica interna, sino que también implica entender cómo nuestro entorno y las relaciones con los otros, como mi gata en este caso, afectan nuestro bienestar. Esta búsqueda de pulgas es análoga a la búsqueda de respuestas en el camino del autoconocimiento.

Al día siguiente, mi pierna se parecía a las “Dunas de Maspalomas”, con montañitas por todos lados. Así que me digo: “la gata tiene que tener pulgas y yo las voy a encontrar”… con gran detenimiento y todo el cariño que pude, busqué y busqué entre sus pelos y…. ¡Voilá! Por ahí empiezo a ver a un grupito de pulgas pululando a sus anchas. Este momento de descubrimiento es crucial en nuestro proceso de autoconocimiento, donde finalmente vemos la causa raíz de nuestros problemas.

Lógicamente en ese momento tomo las medidas oportunas con la gata y le aplico su tratamiento. De entrada me quedo tranquila y… al día siguiente ¡¡OHHH NOO… más picadas!!! Desesperada, con ganas de arrancarme la pierna, me dispongo, con toda mi buena voluntad, a buscar pulgas por toda la casa. Nada de nada… ¡ni una!… ¡mi gozo en un pozo!.. ¿por qué demonios sigo teniendo picaduras si no encuentro pulgas en la casa y la gata ya no tiene?.

Este paso representa una etapa más profunda de autoconocimiento, donde examinamos todos los aspectos de nuestra vida para encontrar y solucionar los problemas subyacentes.

La continuación de las picaduras, a pesar de haber tratado a mi gata, me lleva a una reflexión más profunda sobre el autoconocimiento. Me doy cuenta de que, al igual que con las pulgas, a veces las respuestas no son tan simples o directas, y que el autoconocimiento es un proceso continuo de descubrimiento y comprensión.

De repente… ¡tachán! Se me enciende la bombilla. Se me ocurre quitar el cabecero de la cama. Menuda impresión me llevé cuando me encuentro a un grupo de pulgas poco menos que saltando a la soga, ¡realmente parecía que se lo estaban pasando pipa!. Lógicamente, en ese momento voy a por el insecticida, ¡quiero acabar con ellas!, las rocío, y acto seguido, cojo la aspiradora y arrastro con todas ellas, pero… ups… si estaban ahí… ¡¡¡pueden estar en cualquier lado!!!.

Este momento de «iluminación» es un punto crucial en el viaje hacia el autoconocimiento. Al igual que descubrir las pulgas en un lugar inesperado, a menudo encontramos aspectos de nosotros mismos en lugares que no habíamos considerado. Este proceso de descubrimiento es esencial para un autoconocimiento genuino y completo.

Comienzo a abrir armarios, cajones y a mirar en cualquier recoveco. Finalmente decido echar una bomba de fumigación. Después de 12 horas, que tuve que estar fuera de mi casa, vuelvo, y… lógicamente “mi casa está hecha un desastre”. Así que tranquilamente me dedico a ordenar.

En ese proceso, empiezo a descubrir muchas cosas, cosas que tenía olvidadas, trastos que ocupaban un espacio y que ya no me servían para nada, cosas que llevaban acumuladas durante mucho tiempo. También encuentro otras, que tampoco recordaba; me hizo mucha ilusión encontrármelas, poder recuperarlas y disfrutar de ellas. Fue un trabajo de bastantes días, pero…¡Qué sensación más agradable sentí después de haberlo hecho!. Ahora se, que en mi casa, sólo está aquello que quiero que esté. Ya no hay “porquerías” acumuladas durante años. A veces, incluso tengo la sensación de que es una casa nueva.

El proceso de limpieza y reordenamiento es análogo al camino del autoconocimiento en nuestras propias vidas. Al igual que limpiar físicamente un espacio puede llevar a descubrimientos y una mejor comprensión de lo que valoramos, el autoconocimiento nos permite hacer lo mismo en un nivel personal y emocional. A través del autoconocimiento, podemos «limpiar» nuestras emociones y pensamientos, llevándonos a una comprensión más clara de quiénes somos y qué queremos en la vida.

Probablemente te estés preguntando por qué, en un blog sobre psicología y sexualidad, yo te estoy hablando de pulgas, gatos y limpieza de la casa. Por supuesto, tiene una explicación….

Me parece un símil estupendo para explicar lo que muchas veces nos ocurre en la vida, algo nos molesta, no le damos la mayor importancia, pero día tras día nos vamos encontrando con esa misma molestia, y nos ponemos excusas, tendré un mal día, total… esto se pasará, no es para tanto… pero a medida que van pasando los días, nos vamos sintiendo más angustiados, nos sentimos peor, pero como a veces mirar lo que nos pasa nos va a implicar realizar un trabajo, lo dejamos pasar.

Llega el día en que ya no podemos más, porque la molestia es insoportable. Cuando nos damos cuenta de que ya no soportamos más esa situación, la primera intención suele ser, si aparto esto de mi vida me encontraré mejor, y efectivamente en un primer momento es así, pero al cabo de unos días nos damos cuenta de que ese “mejor” sólo fue momentáneo. Esto, a pesar de ser necesario, no es suficiente “seguimos teniendo pulgas en nuestra casa”.

Cuando somos capaces de parar y observar “nuestra casa interior” nos damos cuenta de que hay algo más, esto nos desespera porque parece que todo se complica. En estos casos, podemos aprovechar para darnos cuenta de la cantidad de emociones que hemos retenido, de la «basura» que llevamos dentro porque hace tiempo que no nos paramos a limpiar nuestro interior.

Nos ponemos manos a la obra y, en un principio, parece que nos encontramos peor: “nuestra casa está patas arriba” pero si persistimos y trabajamos podemos ir tirando lo que ya no nos sirve y recuperando aquello que habíamos abandonado que nos encantaba y nos sigue encantando, en definitiva tener “un interior más limpio, ordenado y sin trastos inútiles”

Esto nos lleva a una fase más profunda del autoconocimiento, donde reconocemos que eliminar un síntoma no resuelva la causa subyacente.

En este caso pondré un ejemplo de una relación de pareja, para que podamos ver cómo las cosas de uno pueden afectar en el otro. En un determinado momento, a uno le empiezan a molestar pequeñas cosas que hace el otro. En un primer momento, piensa “baa, esto son tonterías mías, para qué voy a hablarlo, total..”, pero, poco a poco, se va enfadando cada vez más y, cada vez le van molestando más cosas, hasta el punto de enfadarse por cualquier “tontería”.

El otro le empieza a decir, “estás insoportable”, parece que todo te molesta. Y de repente, un día, ocurre un hecho que parece que tiene la “justificación necesaria” para hablarlo, y de repente se encuentran hablando sobre cosas que ocurrieron hace 2, 4 o 10 años.

Eran situaciones que nunca antes se habían hablado (habían pulgas por la casa, uno se veía las ronchas, pero no les prestó la menor atención), o quizás se habían comentado pero no estaban resueltas (se había puesto cremita para aliviar el picor). Entonces, en un momento determinado, uno estalla, ya no puede más (“se da cuenta de la montaña de ronchas”) y empieza a culpabilizar al otro. La pareja suele sentarse a hablar de lo que ocurre, pero empiezan a salir, una cosa y otra y otra (“la casa se ha vuelto patas arribas”), desesperados, ya no saben qué hacer, parece que sólo discuten y discuten.

Si hay el suficiente amor, comprensión y ganas de continuar con la relación, teniéndose en cuenta el uno al otro y haciéndose cargo cada uno de su parte, pueden pararse a hablar y escucharse, (echan el insectida) y entonces pueden ir cogiendo tema por tema, expresando lo que no se expresó y buscando alternativas a la situación (“ordenan la casa”), para, de esa manera, limpiar “los tratos” que ya no sirven en la relación, recuperar aquellas cosas que al principio sí estaban pero por algún motivo las olvidaron, pudiendo tener una relación más sana, en las que ambos se sientan más cómodos y libres.