En consulta, habitualmente terminamos la sesión con una frase, palabra, sentimiento… sobre algo que le ha resultado relevante al/a paciente. Hace poco tiempo, una persona terminó con una frase que me encantó y que la aprovecho como titular del día: “yo y mi soledad; si somos dos, ya no estoy sola”.
Esta frase me hizo reflexionar sobre la cantidad de horas, en ocasiones, años que pasamos en la vida buscando alguien con quien compartir, o… mejor dicho, buscando alguien que cubra nuestras carencias, creando de esta manera relaciones de co-dependencia (leer: «relaciones de amor-odio».) Parejas disfuncionales, amigos/as que no nos aportan nada, trabajos que no nos motivan… Buscando una compañía a cualquier precio para no sentirnos solos/as. En este contexto, «mi soledad» puede parecer un enemigo, pero en realidad, es una oportunidad de oro para el autodescubrimiento y la autoaceptación.
Cuando nos damos cuenta de que realmente no estamos solos/as, que siempre nos tendremos a nosotros/as mismos/as y podemos ser nuestro mejor amigo/a, comienza una nueva etapa. Una etapa en la que ya no nos vale cualquier cosa, ni cualquier persona para compartir la vida. Habitualmente empezamos a ser más selectivos/as con nuestras elecciones y buscamos personas y relaciones más sanas.
El viaje a través de «mi soledad»
Esta nueva etapa de reconocer y valorar «mi soledad» como una compañera de vida nos lleva a una mayor claridad en nuestras elecciones. Ya no estamos buscando a alguien que «complete» nuestras vidas, sino a alguien que complementa nuestra ya completa existencia. Aprender a disfrutar de «mi soledad» nos empiedra a buscar relaciones que agregan valor y crecimiento mutuo.
Ya no estamos en la búsqueda de alguien que cubra nuestras carencias sino que queremos una persona con la que compartir de una manera más auténtica. «Mi soledad» deja de ser un vacío a llenar y se convierte en un espacio lleno de autoconocimiento y paz interior.
Empezamos a descubrir la belleza que se encuentra dentro de nosotros/as. A través de «mi soledad», exploramos los rincones más íntimos de nuestro ser, aprendiendo a amar y aceptar todo lo que encontramos. Esta autoexploración lleva a una autenticidad que enriquece todas las áreas de nuestra vida.
Cuando nos permitimos ser nuestro mejor amigo/a, nuestra mejor pareja y nuestro mejor trabajo, nos permitimos elegir nuestras amistades, pareja y trabajo desde otra perspectiva, más saludable para nosotros. Encontramos que «mi soledad» no es una barrera para la conexión, sino un puente hacia relaciones más significativas y profundas.
Empezamos a querer en vez de exigir, nos centramos en lo que nos apasiona, apostamos por nosotros/as y nuestros proyectos. Como consecuencia de todo esto empezamos a encontrarnos en la vida con personas que se mueven también en esa línea de respeto por ellas mismas y por lo tanto, serán también, más respetuosas con nosotros/as.
El proceso para llegar a ese punto no es sencillo, hay que quitar prejuicios, afrontar miedos, darnos cuenta de nuestras carencias, perdonarnos y perdonar (leer: «el poder del perdón»). Aceptando y abrazando «mi soledad», nos damos permiso para ser verdaderamente libres y auténticos, abriendo puertas a relaciones y experiencias que reflejan nuestra verdadera esencia.
A pesar de todo ello, me parece precioso el momento en que una persona se da cuenta de que lleva toda su vida buscando fuera lo que realmente tiene dentro y puede reconciliarse con ella misma, haciéndose, de esta manera, su mejor amiga. Considero que ese es un momento único.
«Mi soledad» se transforma entonces en un compañero de vida, no como una fuente de aislamiento, sino como una celebración de la independencia y el autoamor. Este reconocimiento marca el comienzo de un viaje de vida enriquecedor y lleno de autenticidad.
Para finalizar quiero compartir un texto de Charles Chaplin, espero que lo leas con detenimiento:
“Cuando me amé de verdad, comprendí que, en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Entonces pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre…. Autoestima.
Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso tiene un nombre… Autenticidad.
Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente y, comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy se que eso tiene un nombre… Madurez.
Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o una persona, sólo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo), no está preparada. Hoy se que eso tiene un nombre… Respeto.
Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy se que eso tiene un nombre… Amor hacia uno mismo.
Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy se que eso tiene un nombre… Simplicidad.
Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas veces. Hoy se que eso tiene un nombre… Humildad.
Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Hoy se que eso tiene un nombre… Plenitud.
Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Hoy se que esto tiene un nombre… Saber vivir.
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.
Un abrazo!
Raquel